jueves, 8 de enero de 2009

CIENCIA EN LAS CAÑADAS DEL TEIDE

Cuentan que el alemán Kircher y el italiano Riccioli, ambos astrónomos y jesuitas, se establecieron en el Teide en algún momento del siglo XVII, sobre 1630, para estudiar la Luna y los satélites de Saturno. Frente a la falta de datos fiables que corroboren estos hechos, debemos situar el comienzo del atractivo científico de la zona durante el siglo XVIII. El primer científico que visita Las Cañadas del Teide es el religioso, astrónomo y botánico francés Louis Feuillée en 1724. Llegó enviado por la Academia de las Ciencias de París con el objetivo de fijar la posición geográfica de Canarias; descubre la violeta del Teide y, ayudado por su discípulo Verguin, establece la altura del volcán en 2213 toesas (4306metros) -la toesa fue una antigua medida francesa de longitud equivalente a 1,946 metros-.

En 1776 el botánico escocés Francis Masson recolecta muestras de flora de la isla para el londinense Real Jardín Botánico de Kew, y tres años más tarde, el sacerdote y polígrafo canario José Viera y Clavijo trata ampliamente el tema del Teide en su obra “Historia General de las IslasCanarias” y describe con minuciosidad sus rocas volcánicas en el “Diccionario de Historia Natural”. A partir de entonces Tenerife será constantemente frecuentada por las grandes expediciones científicas del siglo, como las del Conde de La Pérouse, con los botánicos La Martiniere y Monges en 1785 o la patrocinada por la Corona Española en 1799 rumbo a América, con el botánico francés Bonpland y el naturalista prusiano Alexander Von Humboldt. Este último clasifica la violeta del Teide y se erige como el más preciso al determinar la altura del volcán en 1909 toesas (3.714 metros), quedándose a tan sólo 4 metros por debajo de su altura real.

Durante el siglo XIX Tenerife se convierte en uno de los destinos preferidos de un gran número de científicos y naturalistas, atraídos por su abundante riqueza natural y la gran accesibilidad a su volcán. El geólogo francés Cordier y los alemanes VonBuch y Hartung estudian el volcán en profundidad; el marino y naturalista francés, Sabino Berthelot, y el inglés Philip Barker Webb escriben conjuntamente la imprescindible “HistoriaNatural de las Islas Canarias”; el tisiólogo James Clark viaja a Tenerife con el objetivo de investigar el efecto del clima en enfermedades pulmonares, y el médico inglés William Wilde, padre del escritor Oscar Wilde, elogia las bondades del clima para restablecer la salud; los botánicos Bourgeaus y Despreaux (1846) clasifican la flora canaria; Piazzi Smith realiza observaciones astronómicas durante 40 días, y su mujer, Jessi Duncan, toma las primeras fotografías del Teide en 1856; y, entre otras muchas personalidades científicas, a finales de siglo también visitó la isla el zoólogo y filósofo alemán Haeckel, considerado padre de la ecología.

A principios del siglo XX, concretamente en 1905, el profesor Hergesell monta su campamento base en la cima de Guajara para investigar la alta atmósfera mediante el lanzamiento de globos sonda; el astrónomo francés Mascart observa desde el mismo punto el paso del cometa Halley en 1910, y colabora con el doctor Paumwitz en el estudio de los efectos de la luz solar en la fisiología y en la terapia de las enfermedades pulmonares, que, en comparación con experiencias en Egipto, Sudány Marruecos, concluye que las radiaciones luminosas alcanzan en Las Cañadas una magnitud no observable en ningún lugar del mundo, debido al aire más puro casi exento de vapores y su constante luz directa, de mayor efecto fisiológico que la luz difusa. A partir de entonces numerosos enfermos se instalan en el Parque Nacional, y años más tarde se llega a construir un sanatorio antituberculoso.

A mediados del siglo XX, y con vistas a crear un Observatorio Astrofísico Internacional en el Parque Nacional, donde se había comenzado a trabajar experimentalmente con el primer telescopio, se invita a inspeccionar la zona a los directores de los observatorios de París, de Cambridge y de Pic du Midí, éste último también Presidente de la Comisión de la Unión Astronómica Internacional para la instalación de nuevos complejos. Todos los informes fueron favorables, para, finalmente en 1975 constituirse el Instituto Astrofísico de Canarias con los Observatorios Internacionales del Teide, dedicado principalmente a estudios solares, y el del Roque de los Muchachos en la isla de La Palma, centrado principalmente en las estrellas. El astrónomo francés Mascart concluía su trabajo “Impresiones y observaciones de un viaje a Canarias” con estos elogios: “No hay sitio más a propósito para las observaciones astrofísicas y meteorológicas por la diafanidad del cielo, la pureza del aire y la constante intensidad de la luz como Las Cañadas”.

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